miércoles, 10 de noviembre de 2010

Chiles-tech, lo último en hidroponía

El desarrollo de la hidroponía está dejando millonarios ingresos a Nicaragua. Gracias a la aplicación de tecnología se obtienen chiles dulces de alta calidad y mejor cotización. Estados Unidos es el principal mercado.

En las instalaciones de Hidropónicas de Nicaragua, localizadas en el municipio de Sébaco, a 100 kilómetros al norte de la capital, hay una intensa actividad productiva, a pesar de que es sábado. El epicentro está localizado en dos áreas: invernaderos y planta de empaque.

En ambas, durante el periodo de cosecha, que comprende de octubre a abril, se labora con un “sentido de urgencia”, para garantizar al consumidor final en Estados Unidos, un chile dulce (pepper) fresco, madurado al 80%, sin golpe alguno, totalmente inocuo, con una textura idónea y un sabor dulzón, exquisito.

La primera etapa de la “ruta crítica” está en los invernaderos. Funcionan diez, con una hectárea de extensión cada uno, instalados con tecnología israelí provista por la compañía Rizkalla (Riesgo de Dios, en hebreo). La firma ha montado también proyectos similares en El Salvador, Guatemala y México.
En cada invernadero se siembran y cosechan un total de 30.000 plantas. Mediante el sistema de riego (por goteo), le hacen llegar a cada una –en forma automatizada– todos los nutrientes que necesita para crecer y lograr mayores rendimientos productivos, como nitrógeno, fósforo, potasio, magnesio, boro, calcio y otros. La fórmula, así como las dosis, se programan a diario, con base en un sistema computarizado.

“En las diversas etapas de su crecimiento, varía la fórmula del alimento, de acuerdo con las necesidades de las plantas. Además, se realizan prácticas agronómicas para contribuir a su desarrollo, hasta alcanzar un chile dulce en óptimas condiciones”, comentó Manolo Porro, gerente general de Hidropónicas de Nicaragua.

Cada invernadero está bajo el cuidado de un equipo humano, compuesto por un agrónomo y siete trabajadores, que monitorean a tiempo completo el comportamiento de cada una de las 30.000 plantas bajo su cuidado. Además, vigilan y cumplen con los llamados “diez mandamientos del invernadero”, que consisten en ejecutar todos los protocolos relacionados con inocuidad, monitoreo fitosanitario, y buscan mantener en excelentes condiciones físicas los invernaderos.

“Fomentamos entre nuestro personal una filosofía laboral, de que cada invernadero es una sala de cuidados intensivos (emergency room), donde hay 30.000 pacientes (las plantas) y siete médicos (equipo de trabajadores). Ellos deben saber cuál es el estado de salud de cada uno de esos pacientes y brindarles el tratamiento adecuado. Ese sentido de urgencia lo descubrimos en el camino y hemos venido poniéndolo en práctica”, dijo Porro.

En el periodo de cosecha, en cada uno de los diez invernaderos el personal asignado vigila a diario una serie de indicadores, que determinan la salud de las plantas. Entre estos datos están: temperatura, humedad relativa, riego y composición de la fórmula.

Además, se encargan de cumplir con las labores agronómicas, entre ellas, mantener las plantas a tres metros de altura, vigilar la maduración de cada chile dulce, observar que no tenga ninguna rajadura o golpe y cortarlo en el momento adecuado.

“El rey sol es el que dicta la madurez en la fruta, así como cuándo y cuánto cortamos”, explicó Porro, “al alcanzar el 80% de maduración, nosotros cortamos, para brindar a nuestros clientes un chile dulce fresco, atractivo y con un gran sabor”. Ese protocolo se cumple, incluso, en fin de semana y feriado.
En reconocimiento, al final del ciclo productivo cada equipo de invernadero recibe un bono extra, basado en los resultados alcanzados, indicó Porro.

Fiesta de colores
La segunda etapa de la “ruta crítica” se lleva a cabo en el área de selección y empaque, donde llegan los chiles dulces que salen de cada uno de los diez invernaderos. Es una zona amplia, industrial, cerrada herméticamente. Aquí se labora cumpliendo con los protocolos establecidos por las certificaciones Buenas Prácticas de Manufactura y Análisis de Riesgos y Puntos Críticos de Control (Haccp, por sus siglas en inglés).

El chile dulce que procede de los invernaderos, pasa primero por un proceso de lavado en frío y en calor, para eliminar cualquier vestigio de insectos o de plaga. Inmediatamente se transporta por una banda automatizada, que pesa, selecciona y distribuye cada uno, en la línea de empaque correspondiente.

Este proceso de selección y empaque es una fiesta de colores. Hay tres variedades de chile dulce, que se distinguen por colores tan vivos, que parecen pinturas o fotografías: rojo (variedad conocida como aifos), anaranjado (magno) y amarillo (sunny).

Además de agruparlos por color, los seleccionan por tamaños. Hay cuatro: small (pequeño), medium (mediano), large (grande) y extra large (extragrande). Porro explicó que los favoritos del mercado internacional son los dos últimos (L y XL), los cuales a su vez, son los que contribuyen a alcanzar la rentabilidad del proyecto hidropónico.

“En el ciclo productivo anterior, para estas fechas el 64% de nuestras exportaciones alcanzaron esos tamaños (L y XL), mientras que en el ciclo actual va por el 82%, lo que evidencia una mejoría notable en la curva de aprendizaje. Esos tamaños se logran mediante buenas prácticas agronómicas, eso es algo que hemos venido aprendiendo y experimentando con el tiempo”, aseveró Porro.

Una vez que se completa una caja, por color y tamaño, se procede a etiquetar cada chile dulce con el código correspondiente y la caja pasa a la báscula automatizada, donde debe registrar cinco kilogramos de peso (11 libras).

En ese proceso de empaque final, el inspector de la Dirección General de Protección y Sanidad Agropecuaria (Dgpsa), del Ministerio Agropecuario y Forestal, puede escoger cualquier chile dulce en forma aleatoria, para inspeccionarlo y corroborar que no hay vestigio de presencia de “mosca mediterránea”, insecto que se hospeda en vegetales y cítricos y que es objeto de alertas fitosanitarias en países como Estados Unidos. Si no encuentra nada, la caja sigue su curso, al cuarto frío.

“El inspector de Dgpsa está a tiempo completo en nuestra planta, todo el año. Tenemos un convenio con las autoridades agropecuarias y su participación ha sido muy proactiva en este proceso de revisión. Inspecciona alrededor del 2% de los productos que exportamos”, explicó Porro.

El gerente general expresó, además, que un representante del Servicio de Inspección de Sanidad Animal y Vegetal de Estados Unidos visita las instalaciones al inicio de la cosecha y, posteriormente, realiza inspecciones no anunciadas, durante el periodo de cosecha. Hasta la fecha, Porro aseguró que no les han devuelto ningún embarque.

Hito empresarial
El presente ciclo productivo, 2007-2008, es el tercero en la corta vida empresarial de Hidropónicas de Nicaragua. En el primero, lograron un rendimiento de 70 toneladas métricas por hectárea cultivada; en el segundo, mejoraron a 90 toneladas métricas. En el actual, la tendencia indica que obtendrán un rendimiento de entre 117 y 120 toneladas métricas por hectárea. Una verdadera hazaña.

“En Israel, si llegamos a 80 toneladas métricas por hectárea, lo consideramos un éxito. Aquí estamos llegando a las 120 toneladas métricas, así que es un gran logro”, afirmó en perfecto español Haim Livne, asesor israelita de la firma desarrolladora Rizkalla.

“Conozco experiencias en El Salvador, México y Guatemala, y puedo decir con todo respeto que la experiencia en Hidropónicas de Nicaragua es un gran éxito. Allá no pasan de las 80 o 90 toneladas métricas por hectárea”, añadió Livne.

Con casi dos décadas de experiencia profesional, Livne identifica tres factores que son las claves del éxito del modelo agroexportador nicaragüense. El primero, la ubicación extraordinaria del Valle de Sébaco, que favorece el cultivo; segundo, el liderazgo y la disciplina de los socios y del equipo de dirección y, finalmente, la asesoría permanente israelí.

Rol y visión de los socios
Para Porro ha sido esencial en el éxito empresarial la perseverancia y visión de los dos socios principales: Agricorp, inversión agroindustrial liderada por Amílcar Ybarra, y Mario Sebastián Rappacciolli, empresario de origen nicaragüense, con otras inversiones en café, banca, comercio e industria.

“Este proyecto, en sus inicios, fue presentado a varios grupos inversionistas, pero solo ellos tuvieron la visión de la importancia y el impacto que tendrá esta tecnología (la hidroponía), para mitigar los riesgos inherentes a la agricultura tradicional. En ese sentido, ellos demostraron tener visión, juicio y perseverancia para asumir el riesgo e impulsar este proyecto pionero”, manifestó Porro.
En los próximos años, los planes son ampliar en trece hectáreas el área de cultivos, para totalizar 23 invernaderos en operación, de una hectárea cada uno.

Además, una vez que Hidropónicas de Nicaragua complete la curva de aprendizaje, estimada entre tres y cinco años, los socios tienen la visión de involucrar a trabajadores, familiares y pequeños productores locales para desarrollar un cluster de vegetales hidropónicos cultivados en invernaderos más pequeños, de 1.000 metros cuadrados.

“La visión de los socios es transmitirles conocimientos y tecnología, para que puedan desarrollar vegetales hidropónicos, como chile dulce o tomates, que serían comercializados a través de Hidropónicas de Nicaragua. Eso podría dejarles una ganancia de US$10.000 anuales, para mejorar sus niveles de vida. Ese es un concepto de responsabilidad social corporativa, de compartir riquezas”, concluyó Porro.

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