sábado, 9 de enero de 2010

Plaguicidas tóxicos en el invernadero

El País. Octubre de 2002
Sólo en El Ejido, donde trabajan 70.000 jornaleros, se han estudiado más de un millar de casos de intoxicaciones




Un cuarto de siglo después de que se diagnosticaran los primeros casos, los agricultores que trabajan en los invernaderos de cultivos intensivos de El Ejido (Almería) siguen sufriendo intoxicaciones agudas por los efectos de los plaguicidas, algunas de ellas mortales. Un equipo de médicos andaluces, encabezado por el internista Francisco Laínez Bretones, lleva esos 25 años investigando cómo actúan estas sustancias químicas, que se utilizan en numerosas explotaciones agrarias de toda España, al entrar en el cuerpo humano por vía cutánea o digestiva. En la investigación se ha realizado un seguimiento de más de un millar de casos. Sus resultados han ido despertando cierta conciencia sanitaria tanto en la Administración como entre los agricultores, lo que ha permitido reducir el número de casos pero no lo suficiente.

Una vez determinados los daños, la principal incógnita ahora es si aparecerán secuelas a largo plazo entre quienes se exponen de forma continuada a estas sustancias, tanto en los cultivos intensivos de Almería como en El Maresme y otros lugares de España. Aunque la mayoría son trabajadores autóctonos, los inmigrantes intoxicados representan ya entre un 20% y un 30% de los afectados.

El estudio de El Ejido ha permitido comprobar que con el calor del verano aumenta el número de intoxicaciones en las 27.000 hectáreas de campos cubiertos por plásticos, donde trabajan diariamente más de 70.000 jornaleros. La utilización de trajes protectores impermeables les preservaría de los riesgos a los que se exponen trabajando en pantalón corto y sin camiseta si no fuera porque enfundárselos resulta una tortura adicional para quienes soportan temperaturas superiores a los 50 grados. El 90% de las intoxicaciones son cutáneas: el calor, los altos niveles de humedad y la escasa ventilación bajo los plásticos dilatan los poros de la piel y facilitan la absorción de los plaguicidas compuestos por sustancias altamente tóxicas. Cerca del 1% de los pacientes por vía cutánea fallece.

La intoxicación por ingestión digestiva es menos frecuente pero tiene mayor mortalidad: aproximadamente un 20%. En este grupo figuran no pocos suicidas que toman los plaguicidas porque los tienen a mano y conocen sus efectos letales. Los suicidios abundan en estas tierras que en 20 años han sufrido una brutal transformación, como muestra la película Poniente, recientemente estrenada. Pasar, como ha ocurrido en El Ejido, de 2.500 habitantes a 60.000 en dos décadas no resulta fácil para nadie. De ahí que la sociedad resultante sea altamente desestructurada.

Los investigadores andaluces han elaborado protocolos clínicos que resultan eficaces para el tratamiento de la intoxicación en cuanto aparecen los primeros síntomas, habitualmente a las dos horas de haber sulfatado y que se presentan en forma de mareos, sudores, dolor abdominal, vómitos. Parecidos a los de una gastroenteritis. Si se actúa deprisa se consigue que el paciente se recupere a las 24 horas. Existe un antídoto eficaz llamado atropina para administrar en estos casos. Los expertos se refieren siempre a los pacientes que acuden a los centros sanitarios y que, por tanto, están controlados desde el punto de vista sanitario. No ocurre lo mismo con las personas que de tanto en tanto aparecen muertos en los invernaderos.

El calor y la humedad bajo los plásticos abren los poros por donde entran los plaguicidas

El principal interrogante que se hace la comunidad científica es cómo reaccionará a largo plazo el organismo humano que ha estado en contacto con plaguicidas durante años. Se está estudiando si pueden producir mutaciones genéticas en los humanos, como está demostrado que sucede con los animales. Existen indicios de que algunas personas pueden sufrir mutaciones precancerosas pero las investigaciones son menos concluyentes que las realizadas con animales, según el jefe de Servicios de Salud de la Junta de Andalucía en Almería, Tesifón Parrón. En agricultores fumadores sí que se aprecia una mayor predisposición a sufrir mutaciones genéticas que en los no fumadores aunque manipulen en igual medida los pesticidas.

En las vastísimas extensiones dedicadas a estos cultivos en El Ejido se vierten miles de toneladas de pesticidas. Cuando a finales de los años setenta empezaron a proliferar los invernaderos se empleaban productos órganofosforados que se caracterizaban por su fuerte toxicidad y porque se acumulan en el medio ambiente. Actualmente se usan otros plaguicidas como los organoclorados, los carbonatos y otros, con menos efectos adversos que aquellos pero igualmente muy tóxicos en determinadas condiciones.. Lo ideal sería encontrar sustancias naturales que permitieran erradicar las plagas sin afectar a los humanos, pero esta posibilidad es aún lejana. También se investiga una nueva generación de plásticos que dejen pasar la claridad pero que impidan a los insectos reproducirse.

El Ejido suscita un gran interés en la comunidad científica internacional porque constituye una formidable campo de experimentación para realizar estudios sobre los plaguicidas. Los responsables sanitarios de la Junta de Andalucía restan importancia al hecho de que sean los inmigrantes extranjeros los que más se exponen a los plaguicidas. Según Parrón, son los propios agricultores los principales interesados en explicar a sus empleados lo que deben hacer para aminorar sus efectos. Menos optimistas se muestran algunos investigadores: de los estudios del equipo de Lainez se desprende que el 95% de los empleados autóctonos dicen conocer las medidas de protección mientras que el 66% de los inmigrantes contratados responden que desconocen cómo protegerse de los pesticidas.

Alimentos bajo control

Los especialistas en pesticidas están acostumbrados a que les pregunten cosas como éstas: '¿Los tomates que se cultivan en El Ejido, en El Maresme o en tantos otros lugares de la Península se pueden comer con confianza?'. La respuesta de Francisco Laínez es afirmativa basándose en que desde la entrada de España en la Unión Europea se aplican controles muy exigentes. Las frutas y hortalizas no pueden superar en ningún caso las tablas de niveles máximos de residuos admisibles porque de lo contrario se devuelven al agricultor. La investigadora Ana María García, de la Universidad de Valencia, presentó en el reciente Congreso Nacional de Epidemiología celebrado en Barcelona su trabajo sobre la presencia de residuos de pesticidas en alimentos. La naranja es la fruta donde, según los datos que le facilitó el Ministerio de Agricultura, se hallaron mayores concentraciones de estas sustancias (78% de las muestras), mientras que la media de las frutas se situaba en el 60,2%; las lechugas presentaban el 35,7% y el arroz 37,7%, aunque todos los productos analizados estaban por debajo de los límites tolerados por la UE. De todas formas, García recomienda lavar bien las frutas y verduras antes de ingerirlas para eliminar en lo posible los restos que pudieran quedar. En el universo de los plaguicidas prohibidos en muchos países, entre ellos España, el DDT arrastra peor fama, y con razón, entre otras cosas porque es uno de los más estudiados. No obstante, existen otros muchos productos orgánicos sospechosos de producir cáncer en los humanos con los que se siguen rociando los campos sin ningún miramiento. Indicios no faltan de que entre los agricultores con más años de experiencia se percibe cierta propensión a sufrir problemas psicológicos, aumentan las depresiones, el sistema nervioso se resiente, notan cierto hormigueo en las piernas y decae la capacidad de concentración. Si todo ello puede guardar una relación directa con los pesticidas es algo que está siendo objeto de estudio.

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